SAN ATANASIO
"Pero
por eso no debéis temer a su maldad, sino que... debéis levantaros frente
a las nuevas maquinaciones contra nosotros. Pues, cuando un miembro sufre,
sufren todos los demás y según las palabras del Apóstol, debemos llorar con el
que llora. Dado que la gran Iglesia sufre, cada uno debe sufrir con ella y
sufrir su castigo. Para todos es el Salvador, que ellos injurian, de todos las
leyes, que ellos destruyen... Por tales motivos os ruego... que condenéis a los
impíos, para que los sacerdotes aquí y todo el pueblo vean vuestra
verdadera fe y vuestro decidido repudio y se puedan alegrar de vuestra
esclarecida fe en Cristo; pero aquellos que tanto han pecado contra la Iglesia,
sean llamados a volver y -aun cuando sólo sea posible muy a la larga- lleguen a
cambiar de pensamiento. ¡Saludad a la comunidad de los hermanos entre vosotros!
¡Todos los hermanos congregados conmigo también os saludan! Que el Señor os
conserve sin pecado y daño y en fiel pensamiento para nosotros..." (S. Atanasio)
San Atanasio, patriarca de Alejandría
2 de mayo.
El valeroso defensor de la fe católica San Atanasio, nació de nobles padres en Alejandría,
para ser una de las más brillantes lumbreras del orbe cristiano. Acabados sus
estudios, se retiró por algún tiempo en
el yermo, donde conversó con san Antonio abad, a quien dio dos túnicas para el
abrigo y reparo de su cuerpo.
Era todavía diácono cuando asistió
al gran Concilio de Nicea, donde confundió al mismo Arrío en las disputas que
tuvo con él; y habiendo fallecido cinco meses después del concilio san
Alejandro, obispo de Alejandría, fue elegido Atanasio por común consentimiento
de todo el pueblo.
Los herejes que ya le conocían, se
hicieron a una para derribarle, y en el conciliábulo de Tiro, entre otros cargos,
le acusaron de haber violado una mujer, la cual, por persuasión de los arrianos
y dineros que le dieron, exclamaba allí que habiendo hospedado a Atanasio, le
había quitado por fuerza la virginidad. Pero luego se conoció el embuste de la
mala hembra, porque Timoteo, presbítero de Atanasio, fingiendo que era él mismo
Atanasio, le dijo: «Di, mujer, ¿Yo fui huésped en tu casa? ¿Yo he mancillado tu
castidad?». Y como ella respondiese a
grandes voces y con muchas lágrimas fingidas que sí, y lo jurase, y pidiese a
los jueces que le castigasen, vino a descubrirse toda aquella maraña, y paró en
risa aquella acusación. Es imposible decir las calumnias y persecuciones que
armaron los herejes contra este santísimo patriarca.
Cuatro emperadores le persiguieron:
Constantino Magno con buen celo, pensando que acertaba, y Constancio su hijo;
Juliano el Apóstata y Valente como enemigos de Dios. Escribió el símbolo que llaman de Atanasio, el cual como regla
certísima de nuestra santa fe ha sido recibido y usado de toda la Iglesia.
Padeció largos destierros; cinco mil
hombres de guerra entraron para prenderle en su iglesia, y tuvo que esconderse
en los yermos, en una cisterna, donde estuvo seis años, y hasta en la misma
sepultura de su padre.
Cuando volvía a su Iglesia, le
recibían como si viniera del cielo, y era tal el fruto de su predicación y
ejemplo, y tan grande la porfía en las gentes sobre el darse a la virtud, que
como él mismo escribe, cada casa y cada familia parecía una iglesia de Dios.
Así ilustró y defendió la fe cristiana durante medio siglo, y acabó su vida en
santa vejez hasta que el Señor fue servido de llevarle para sí y darle el
galardón de sus largos trabajos.
Reflexión: En la vida de este
santo se ve la firmeza que el verdadero católico debe tener en todo lo que toca
a la pureza y entereza de nuestra santa religión; y los embustes y artificios
que usan los herejes para contaminarla y corromperla, valiéndose del favor de
los malos príncipes, los cuales, aunque algunas veces por razón de estado, favorecían
a Atanasio, pero Nuestro Señor que quiere ser servido de los príncipes con
verdad, al cabo los castigó, a Constancio con una apoplejía, a Juliano con una
saeta, y a Valente con haberle quemado los bárbaros en una choza; pero san
Atanasio quedó triunfador de estos infelices tiranos y de todos los herejes que
con tan porfiada rabia y crueldad le persiguieron. Seamos, pues, como este
gloriosísimo doctor fieles a Dios, y a su santa Iglesia, y el Señor nos esforzará
de manera que toda la potencia de nuestros enemigos no podrá prevalecer contra nosotros.
Oración: Rogámoste, Señor, que
oigas benigno las súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu
bienaventurado confesor y pontífice Atanasio, y que por los méritos de aquel
que te sirvió con tanta fidelidad, nos libres de nuestros pecados.
Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Amén.
(Fuente: FLOS SANCTORUM de la familia
Cristiana; De Francisco Paula Morell, S.J. Editorial Difusión, S.A. Año 1943).
CIRCULAR DE SAN ATANASIO A TODOS
LOS OBISPOS EN EL AÑO 340
"A
la asamblea de sus hermanos Obispos, a los queridos Señores, manda Atanasio sus
saludos (alegría) en el Señor.
Lo
que hemos sufrido es terrible y casi insoportable; no es posible explicarlo
como corresponde. Pero, para que el horror de los acontecimientos sea conocido
más rápidamente, he considerado bueno recordar un pasaje de la Sagrada
Escritura.
Un
Levita, cuya mujer había sido gravemente ultrajada -era una hebrea de la tribu
de Judá- conoció el horror de este crimen. Trastornado por el ultraje que se le
habla inferido, descuartizó -según refiere la Sagrada Escritura en el Libro de
los Jueces (Ju. 19)- el cuerpo de la mujer muerta y mandó los trozos a las
Tribus de Israel. No solamente él, sino todos, debían sufrir con él este grave
crimen. Si ellos compartían su dolor y sufrimiento, todos a una debían vengarlo
también. Pero si no querían saber nada, debería caer la ignominia sobre ellos,
como si fuesen los criminales. Los mensajeros dieron cuenta del suceso. Pero
los que lo vieron y oyeron, declararon:
jamás
ha sucedido nada semejante desde los días en que los hijos de Israel salieron
de Egipto. Todas las tribus de Israel se movilizaron y, como si lo hubiesen
sufrido en su propio cuerpo, se unieron contra los criminales. Estos fueron
vencidos en la guerra y aborrecidos de todos, pues los bandos reunidos no
atendieron la pertenencia tribal, sino que sólo miraron con indignación el
crimen cometido.
Vosotros,
hermanos, conocéis este relato y lo que la Escritura quiere señalar con él. No
quiero extenderme más sobre ello, puesto que escribo a enterados, y me
esforzaré por atraer vuestra atención sobre lo que ha acontecido ahora, que es
más espantoso que lo de entonces. Por esto he recordado este relato, para que
podáis comparar los acontecimientos y hechos actuales con los descritos y
reconozcáis que lo actual excede encrueldad a lo de entonces. Y deseo que en
vosotros crezca una mayor indignación contra los criminales, que la que
entonces hubo. Pues la dureza de la persecución contra nosotros, es
incluso superior.
Nimia
es la desgracia del Levita comparada con lo que ahora se está haciendo con la
Iglesia. Nada peor ha ocurrido jamás en el mundo, ni nadie ha sufrido jamás
mayor desgracia. En aquel tiempo fue una sola mujer la ultrajada, un solo
Levita el perseguido. Hoy es toda la Iglesia, la que sufre injusticias, todo el
sacerdocio el que padece insolencias y -lo que es aún peor- la religiosidad es
perseguida por la teofobia y la impiedad. Entonces cada tribu se asustó al ver
un trozo de una sola mujer. Hoy se ve despedazada a trozos toda la Iglesia. Los
mensajeros que os son enviados a vosotros y a otros, para transmitir la
noticia, sufren la insolencia y la injusticia. Conmoveos, os lo imploro, no
sólo como si fuésemos nosotros solos los que hubiésemos sufrido injusticia,
sino también vosotros mismos. Cada uno debe ayudar, tal como si él mismo lo
sufriese. Si no, dentro de poco se derrumbará el orden eclesiástico y la fe de
la Iglesia. Ambas cosas, amenazan, si Dios no restablece rápidamente y con
vuestra ayuda, el orden querido, si el sufrimiento no expía por la Iglesia.
No
es ahora, cuando la Iglesia ha recibido el orden y los fundamentos. De los
Patriarcas los recibió bien y con seguridad. y tampoco es ahora que se inició
la fe, sino que nos vino del Señor a través de sus discípulos. Que no se
pierda, lo que desde el principio hasta nuestros días se ha conservado en la
Iglesia; no malversemos lo que nos fue confiado. Hermanos, como
administradores de los Misterios de Dios, dejad conmoveros, ya que veis
como todo ello nos es robado por los otros. Los mensajeros de esta carta
os dirán más cosas; a mi sólo me cabe reseñároslo en breves líneas, para
que realmente reconozcáis que jamás ha sucedido nada semejante contra la
Iglesia, desde el día en que el Señor, ascendido a los Cielos, dio el encargo a
sus discípulos con las palabras: "Id y enseñad a todos los pueblos, y
bautizadles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Tomado de "Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo", -en el 1600 aniversario de su muerte-. Mons. Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona).
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