Príncipe de La Paz
"Pues nos ha nacido un Niño, y un Hijo nos ha sido dado, Él
llevará sobre su hombro la insignia de su Principado, será llamado Admirable,
Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de La Paz" (Profeta Isaías cap. 9 vers. 6).
Los mejores comentaristas de la Sagrada Escritura atribuyen esta frase profética del gran Isaías al Verbo de Dios Encarnado y esto sin lugar a dudas ni a otra interpretación posible.
Los mejores comentaristas de la Sagrada Escritura atribuyen esta frase profética del gran Isaías al Verbo de Dios Encarnado y esto sin lugar a dudas ni a otra interpretación posible.
Nuestro Señor es Príncipe de la Paz, es decir, Señor del orden. El orden es, como en todo, que todo esté en su lugar. Estar en su lugar es, por así decirlo, tenerse, estarse y dirigirse en donde uno debe y hacia donde uno debe dirigirse; dicho más simple es: Seamos lo que somos, busquemos lo que debemos. Es la clave de todo orden y necesariamente su contraria es la clave de todo desorden y frustración.
Ser lo que somos, no es
otra cosa más que responder a nuestra naturaleza y a nuestra condición esencial
de creaturas. Si somos hombres hemos de vivir como tales.
En
lo individual no somos animales, no somos máquinas de placer ni
fabricadores de materialismo, no podemos ser como el puerco que mira sólo el
fango y en él busca su alimento. No podemos buscar quedarnos para siempre en lo
que pasa y se acaba o en una vida terrenal que se nos va de las manos cada día
que pasa. Dios no nos reveló su Existencia ni su Amor por nosotros para que lo
admiráramos solamente sinó para que lo alcanzáramos un día; por eso nos hizo
seres de trascendencia hechos para algo superior una vez terminada esta vida
pasajera.
En lo social esa condición de
hombres no es patrimonio de uno solo, cada semejante a nosotros guarda la misma
condición y el mismo destino. Esto hace que nuestros iguales merezcan respeto
de nuestra parte por su condición, que es la que a todos nos enaltece y con el
respeto viene a resultar que son de igual dignidad, aunque unos tengan más que
otros y todos pueden y deben ser amados.
Las piedras se ignoran entre sí, los
árboles se hacen sombra entre ellos, los animalitos son ajenos al amor y sólo
los hombres pueden entender de qué se trata eso que llamamos “querer”.
Hombres en lo individual y en lo
social es respetar para nosotros y en los demás una dignidad natural que no
permite bajezas ni egoísmos y claramente establece un principio de orden para
nosotros y para todos.
Pero falta algo todavía, nuestra condición esencial de creaturas. No viendo los hombres nada mejor con sus ojos terminaron creyendo que lo eran ellos. Por eso Dios nos dio inteligencia para darnos cuenta que ni nuestro bien ni el bien del universo nacían de nosotros.
Reconocer que somos creaturas supone tres cosas:
- Reconocer un Creador de quién todo y todos dependemos;
- lógicamente, que no todo
depende de nosotros lo cual pone un límite al orgullo del hombre al que la
ciencia y la técnica lo engañan haciéndole creer que porque puede mucho lo
puede todo;
- que ese Creador y Señor no creó por capricho ya que la Sabiduría Infinita
no tiene caprichos, sino que creó por Amor que es lo único que puede
explicar que Alguien a quien no le faltaba nada y que era infinitamente feliz hubiera
pensado en otros y para otros. Siendo
que el Amor fue quien creó es normal que ese Amor se ocupe de sus creaturas y esto
hace que entre nosotros no pueda haber desesperación.
Digámoslo de manera sencilla y práctica: Que somos creaturas significa que debemos adorar a Dios; adorar supone doblar la rodilla de nuestra alma reconociendo nuestra pequeñez aún en medio de todo lo que podemos; confiar en un Creador cuya capacidad y poder son tan infinitos como su Amor.
Ese Creador y Señor de nuestra Paz y de todo Orden es el Niño nacido en Belén que encierra en su puño de Infante al universo entero, a Él nuestra adoración, nuestro reconocimiento y nuestra confianza en la vida y en la muerte.
¡Santísima Navidad!
21 de diciembre del 2017.
+ Mons. Andrés Morello.
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