Re-Publicación de un Artículode su Excia. Mons. Andrés Morellocon motivo de la próxima"canonización"de Juan Pablo II y Juan XXIIIEL SANTO QUE EL MUNDO QUIERE:
JUAN PABLO II (y JUAN XXIII)
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De “santos” habla sólo la Iglesia Católica.
No decimos que en otras religiones no utilicen el término “santo”, pero aunque
lo usen no exige la santidad como se presupone entre los católicos. El
protestante puede hablar de santos pero admite el divorcio; admiten los
anglicanos (iglesia de Inglaterra cuya autoridad suprema es la Reina) que sus
pastores puedan ser maricones; hablan de santos en el Islam pero
pueden tener muchas mujeres a la vez; habla de santos el evangelista pero puede
portarse mal, porque es como es, aprovechando que Dios lo perdona.
Santo
para la Iglesia Católica no es lo mismo.
¿Qué
hace falta para que alguien sea santo?
Dos cosas:
Empecemos
por lo segundo. Esa “declaración solemne” se llama canonización, es
decir un acto definitivo, solemne, del Concilio Ecuménico
(universal), o más precisamente del Romano Pontífice que con
la plenitud de sus poderes y usando de su infalibilidad declara que cierto
Beato está ciertamente en el Cielo e impone a los cristianos el venerarlo como
tal, es decir como Santo [Roberti-Palazzini, Diccionario de Teología Moral, Ed.
Studium, Roma 1957, edición italiana, pags. 161-162]
Esquemáticamente:
No es “poner” a alguien en el
Cielo, no es un acto de jurisdicción sobre la vida eterna; la jurisdicción
eclesiástica es para la tierra, no para la otra vida. No promueve a alguien a
la gloria (en la Gloria pone sólo Dios), lo promueve al culto, que es la
gloria de los altares. Es decir, declara que N.N. ha sido tal y
tales sus virtudes y en tal grado que indefectiblemente está en el Cielo a
justo título, por su grado heroico de virtudes, que es dignísimo de ser
imitado, que obliga el reconocerlo como tal.
Esto
nos lleva a lo primero: El grado heroico de virtudes, que es lo que debemos
hallar de parte del santo en cuestión. Tanto es así que tradicionalmente en la
Santa Iglesia, no ahora, era preciso aguardar 50 años para iniciar el proceso
acerca de la santidad de alguien, suponiendo el mismo un riguroso y larguísimo
examen.
¿Por
qué exige la Santa Iglesia en un Santo la heroicidad de virtudes?
Porque
el Santo será propuesto a los cristianos como ejemplo a
imitar y para que se le rinda culto.
No
se puede dar culto a quien no lo merece. Entendamos, no es un culto como a
dioses sino como a amigos del único y verdadero Dios. Dice el Papa Benedicto
XIV (Cardenal Próspero Lambertini, año 1734, acerca de la beatificación del los
Siervos de Dios y de la Canonización de los Beatos, ref. Diccionario
Apologético de la Fe Católica, D’Alés, col. 1130 y s.s.): “El Soberano
Pontífice no puede comprometer a la Iglesia en el error cuanto a la
regla de las costumbres proponiendo a la veneración por un acto de su plena
autoridad apostólica a un pecador”.
Dice
Santo Tomás de Aquino: “In Ecclesia non potest esse error damnabilis, sed hic
esset error damnabilis, si veneraretur tanquam sanctus qui fuit peccator: quia
aliqui scientes peccata ejus, crederent hoc esse falsum... Et si ita
contigerit, possent ad errorem perduci” (Traducido: “En la Iglesia no puede
haber error condenable, sería un error condenable si se venerara como santo a
alguien que fue pecador; porque, algunos conociendo sus pecados, creerían que
esto es falso... Y si sucediere así, podrían ser llevados al error”.)
[Santo Tomás de Aquino, Quodlibet IX, q. 7, a. 16].
Hablamos
entonces de virtudes y éstas EN GRADO HEROICO.
Se
trata entonces:
La santidad no es simpatía por más
agradable que fuera un santo. No es viajar mucho, aún por apostolado, sino
hacerlo bien y enseñar la buena doctrina.
La Santa
Iglesia pide más todavía, no alcanza con las virtudes, es precisa además
la doctrina (Código de Derecho Canónico, año 1915, cánones 1999 al 2141).
¿Por qué? Porque la Iglesia no puede comprometer su autoridad en un error,
no puede por su autoridad inducir a error a los hombres. El culto de los Santos
es una profesión activa de nuestra Fe, en esa profesión la Iglesia no puede
errar (Benedico XIV, obra citada).
La
buena doctrina, aún intachable, no es pura intransigencia. Es amor a la Verdad
y respeto a Dios garante de la Verdad Revelada y de la enseñanza inalterada de
la Tradición de la Iglesia por El fundada y sostenida. Un esposo fiel es
intransigente en el amor y en la fidelidad prometida a su esposa delante de
Dios. No es una obtusa intransigencia el que no cambie de esposa como se cambia
de pañuelo; es, en cambio, ser consecuente con la fe prometida al casarse.
Con
la doctrina es igual, el amor a la Verdad supone odiar el error (aunque
seamos misericordiosos con quien yerra; entendiendo bien que se dice que yerra
y se equivoca quien no sabe que lo que defiende es error); querer la
verdadera religión es necesariamente rechazar las religiones falsas, sinó en el
Salmo 95, vers. 5 el salmista que lo compuso inspirado por Dios y la Biblia
misma mentirían al decir: “Todos los dioses de las gentes son demonios”... Lo
mismo decía el gran teólogo R.P. Reginaldo Garrigou Lagrange, O.P.:
“El respeto de todas las religiones sean lo falsas o perversas que sean no
es más que la orgullosa negación del respeto debido a la Verdad. Para amar
sinceramente lo verdadero y el bien, es necesario no tener ninguna simpatía
hacia el error y el mal. Para amar verdaderamente al pecador y contibuir a su
salvación, es preciso detestar el mal que está en él.” (Garrigou Lagrange,
Dios, su existencia y su naturaleza, pag. 757).
Verdad incostestable,
entonces, que la santidad verdadera exige la buena doctrina.
Amar
al enemigo no es amar su maldad.
Amar
al que se equivoca no es amar su error. Dejar en el error a quien puede ser
ayudado para salir de él no es amar en absoluto.
Ahora
bien, apliquemos lo dicho a los clamores de algunos asistentes a las exequias
de Juan Pablo II que decían “Santo rápido”. Apliquemos lo dicho a la propaganda
de sus virtudes y santidad hechas por las cadenas de televisión internacional
que no son de católicos ni de orientación católica. Apliquemos lo dicho a los
amos del mundo presentes en el entierro; al príncipe inglés presente que dos
días después se casaría con la divorciada con quien siempre traicionó a su
esposa y con quien convivía; a los dueños de las guerras modernas
allí presentes; al Rey responsable de la decadencia moral de España.
Apliquemos.
Esos son los “santos” que quiere el mundo. Esos son los “santos” que necesita
de manera imperiosa la iglesia nueva nacida de Vaticano II: los Juanes XXIII,
los Paulos VI, los Juan Pablo II; los Escrivá de Balaguer. Urge canonizar
a la revolución, urge santificar a los que naturalizaron lo sobrenatural, a los
que postraron a la Iglesia delante del mundo, a los que secularizaron lo
sagrado. El mundo aplaude a los suyos y odia lo que es de Dios, o Cristo
Nuestro Señor mentía al decir: “Si el mundo os odia sabed que antes me odió a
Mi” (San Juan cap. 15, vers. 18).
¿Cuántos son los convertidos por la
supuesta acción misionera del pontífice difunto? ¿Dónde están los nuevos
católicos? Diez mil católicos por día abandonan la Fe para pasarse a las
sectas. Sólo en América Latina ya lo hicieron sesenta millones de personas
desde Vaticano II. ¿Cambió Fidel Castro luego de la visita de Juan Pablo II?
¿Cambió el asesino Pertini después de esquiar con él? ¿Cuántos países
renunciaron al aborto? ¿Fue él quien acabó con el comunismo como suelen decir?
Al comunismo lo acabó la llamada Perestroika, la democratización ejecutada por
los mismos comunistas, por el mismo Mijail Gorvachov ante una economía
decadente y obsoleta que ya no servía a los intereses que provocaron la
Revolución Roja en 1917.
Un
santo santifica e induce a una vida moral mejor. La santidad verdadera induce a
la santidad así como el sol ardiente calienta e ilumina. En cambio el
liberalismo induce al liberalismo y una Fe deslucida y una conducta tibia
crean indiferentismo y chatura moral. “Por sus frutos los conoceréis” (San
Mateo cap. 7, vers. 16).
Nadie
cambió para bien. ¿Dónde brilla la Fe? ¿En las reuniones con las otras
religiones que siguen igual? ¿Hubiera ido Jesucristo a esas reuniones? ¿Hubiera
ido tan siquiera un Macabeo? Dios no está allí, eso no es cristiano ni
católico.
Los “santos del mundo no son los Santos
de Dios”. No pueden serlo, o Jesucristo miente : “Antes el mundo me odió a Mi”
(san Juan cap. 15, vers. 18).
Mientras alguien mantenga errores
gravísimos en doctrina como el ecumenismo, la libertad religiosa, el
indiferentismo en materia de religión; mientras acepte ritos paganos o de otras
religiones y los practique ni puede ser santo ni ser propuesto como tal. No
hay santos de la misa nueva. No los hay de la nueva iglesia. Eso ha sido
la práctica y la doctrina de Juan XXIII, Paulo VI y Juan Pablo II.
Dios
bendice lo que el mundo odia.
Dios maldice lo que bendice el mundo.
21
de agosto del 2005.
Padre
Andrés Morello
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